Mgr. Beatriz Reyes Oribe
La palabra ‘método’ significa
camino y un camino debe estar orientado a llegar a destino. Suele pasar que una
determinada ruta nos atrae por los paisajes que la rodean pero no nos lleva a
donde queremos llegar o no nos lleva en el tiempo necesario.
A partir de Descartes, filósofo
racionalista francés, se instaló en la ciencia y la filosofía la idea de que
hay un método único que puede ser válido, el que sigue un modelo matemático. Como
esto es imposible, muchos saberes y disciplinas
quedaron ‘fuera’ de la órbita considerada científica.
En realidad, el método de un
saber debe adecuarse a lo que se estudia, a su objeto (lo estudiado). Y habrá
tantos métodos como objetos. Por ejemplo, no es lo mismo estudiar seres
vivientes que entes matemáticos, y en cada caso necesitaré adecuar el método a
la realidad y a la perspectiva estudiada. De lo contrario, me pondré en una
posición reduccionista del saber y extrapolaré un procedimiento válido en un
determinado ámbito, a otro en que no lo es. El resultado será la imposibilidad
de conocer realmente lo estudiado.
Si bien esta mentalidad afectó
sobre todo a las ciencias, puede decirse que también en el caso de los
pedagogos se produjo un fenómeno semejante: el método que resultó valido en
algunos casos se extrapoló a todos. De ahí la tendencia a la uniformidad de los
métodos de enseñanza: cuando aparece uno nuevo que tiene éxito dentro de ciertos
parámetros, surge la pretensión de universalizarlo.
En el caso de la educación nos
encontramos frente a un tipo particular de método. No se trata de cómo aprende
el ser humano o de cómo conoce, por lo menos no de esto solamente, sino de cómo
enseñar a otro a hacerse de determinado contenido teórico o habilidad práctica.
Entonces, nos damos cuenta en seguida, de que un método para enseñar debe
respetar el modo de conocer de las personas. Para enseñar tengo que contar con
el modo de aprender del otro.
En esto hay que tener cuidado. El
niño es un ser humano que aprende fundamentalmente como tal. Es decir, es una
persona, un sujeto humano corpóreo-espiritual. Tiene sí, ciertas características
propias de la edad, pero no se distingue
esencialmente
del adulto. De ahí se sigue que el mundo del niño no será
esencialmente distinto del nuestro y podremos establecer una
comunicación. Ciertos pedagogos nos hacen creer que solamente los especialistas
entienden a los niños y son los únicos que pueden enseñarles con algún método
novedoso, que incluye el alejar al niño de sus padres y hacerlo vivir en un
artificial universo infantil. El niño es, igual que nosotros, un ser que posee
capacidades intelectuales, volitivas, afectivas y motrices. Y es también un ser
sociable capaz de comunicarse, de adquirir un lenguaje representativo y
expresivo. Por esto, el niño, en la mayoría de los casos, necesita primeramente
sus padres, su familia, su entorno natural y comunitario, no un especialista. Aunque
el cerebro del niño se esté desarrollando todavía, su capacidad cognitiva y
volitiva no dependen solamente del cerebro: la razón y la voluntad son capacidades
espirituales, no biológicas
.
Al mismo tiempo, nuestros niños
son sujetos individuales con predisposiciones y tendencias personales. No son
una pizarra vacía frente al docente porque, como ser inteligente, el niño
aprende y viene aprendiendo desde que nace (o antes). Tampoco es un ser que
produzca o construya su conocimiento o su mundo, porque no es posible conocer verdaderamente
salvo lo real. Entonces, necesita un docente que lo conecte correctamente con
la realidad y pueda nutrir su inteligencia respetando, a la vez, su
individualidad y la objetividad de lo que va a ser conocido o aprendido. Esto
significa que, aunque hagamos
homeschooling,
debemos saber que el niño necesita quien le enseñe. En este caso, los padres.
Recuerdo esta importante cuestión porque, al defender la educación en el hogar,
a veces usamos argumentos fácilmente rebatibles, como “la autonomía del niño” o
“aprendizaje autónomo”. Nadie nace sabiendo, y nadie aprende sin ‘maestro’, o
mejor, docente. Maestro es aquel que conduce el aprendizaje. En este caso,
nosotros, los papás. Pero también, maestro es aquel que sabe (posee la ciencia
o el arte) la materia que enseña. En este caso, igual que sucede con los
docentes de escuelas formales, necesitamos conectar a los chicos con
autoridades en la temática estudiada a través de buenos libros, buenos videos, clases
en algún instituto de danza, de música, etc.
Ni nosotros ni los así llamados maestros de escuela, somos tales en el sentido
total del término. De ahí la importancia de los libros vivos, de los cursos
virtuales o los libros hechos por científicos
,
de los encuentros, etc. Sobre todo, los niños mayores y los de secundario se
beneficiarán con escuchar o leer a los que realmente saben.
En definitiva, ningún método hace
magia, ni es una receta que, si seguimos al pie de la letra, tendremos
resultados exitosos. Ningún método reemplaza al educador, o sea, a nosotros. Todo
esto indica que para elegir un método tenemos que considerar su valor y su alcance
o sus límites, tomándolo en sí mismo; o sea, entender bien dicho método, sus
objetivos, los resultados, testimonios, etc. Pero también conocer bien a
nuestros hijos para ver si es el más apropiado en concreto. Enamorarse del
método es el mejor modo de no ir a ninguna parte.
Además, puede ser que un método
sea mejor para ciertas áreas que para otras. Por ejemplo, los “libros vivos”
son ideales para aprender literatura ya desde la infancia. Pero los libros de
texto y de ejercicios son muy útiles para otras áreas, como matemática, física,
etc. No es posible aprender toda la matemática a partir de la vida cotidiana o
de lo que algunos llaman las “situaciones problemáticas”. En cualquier caso habrá que tener presentes
los objetivos a largo y mediano plazo que hemos puesto a nuestro homeschooling, y el fin último de la
educación, que es el hombre cultivado en las virtudes intelectuales y morales.
Peligros de
algunas modas pedagógicas:
Aunque educar en casa a los hijos
aminora muchas de las falencias de cualquier método, por el simple hecho de que
la educación es personalizada, no tenemos que minimizar los problemas que
ciertas pedagogías presentan.
Existe una tendencia en el
“universo pedagógico” que es la de incluir un ítem titulado: “haciendo se aprende”. Esto es correcto
si se trata de un saber práctico o que requiere ejercitar. Pero no podemos
aceptar que todo lo que enseñamos se aprenda “haciendo”. Existen un sinnúmero
de temas que no podemos “practicar” ni ejercitar, o que no se reducen a una
actividad, y que son esenciales en la educación. Es probable que sean también
los más difíciles de evaluar. Ya que somos padres-maestros, que tenemos el
tiempo y la relación personal con nuestros hijos, tenemos que dejar que
simplemente contemplen, que disfruten de ciertos temas aunque no sea posible
saber de manera esquematizada qué aprendieron. ¿Cuánto tiempo tiene que pasar
leyendo o mirando paisajes o viajando, para que se produzca una buena
descripción o una narración? Depende de cada persona. Habrá que sembrar y
esperar. Algo parecido sucede con la oración y la piedad. En realidad, eso que
no podemos evaluar, eso que no podemos medir, es precisamente lo que constituye
el fin de la educación: la persona
educada, perfeccionada por virtudes intelectuales y morales.
El otro peligro en las tendencias
pedagógicas actuales, que está muy conectado con el
activismo que señalamos antes, lo constituye el
constructivismo. Se trata de un
movimiento pluriforme, pero cuyas ramas confluyen en una mentalidad común: el
hombre crea o construye su mundo; ya no se trata de descubrir el misterio de la naturaleza, de
encontrar y aceptar un orden creado por Dios, de beber en la fuente de la
cultura y la tradición, sino de producir algo nuevo, y no en el ámbito estético
de la plástica o la literatura, sino en el de la ciencia. El constructivismo supone
una mentalidad anti creacionista. Parte de una visión del mundo y del
aprendizaje incompatible con una cultura cristiana. (No hablo del conductismo
porque está tan pasado de moda, que es difícil que tengamos que preocuparnos).
Además, el constructivismo, por su pretensión de raíz evolucionista de que el
niño reinvente lo ya inventado en la historia de la humanidad
(el lenguaje, la matemática, etc.), retrasa el aprendizaje al no conectar al
alumno con la cultura y la tradición. Entonces, en lugar de que el aprendiz sea
un enano en hombros de gigantes, lo dejan pigmeo y en la isla de Robinson
Crusoe.
Por mi experiencia, el
constructivismo es una tendencia muy presente en los ámbitos pedagógicos
latinoamericanos y, como no tenemos material ni textos en español de algunos de
los métodos que se desarrollaron en el capítulo anterior, los
homeschoolers latinoamericanos corremos
el peligro de tomar el material que circula para las escuelas, el cual sigue la
perspectiva constructivista dominante
.
Es fundamental hallar buen material o generarlo.
Dentro de las modas pedagógicas
que nos pueden afectar, aunque hagamos homeschooling,
es la de la psicogénesis de la
lecto-escritura. Si bien no se trata de un método para aprender a leer y
escribir, se usa como tal y con pésimos resultados. Los que lo aplican
confunden el proceso por el cual el hombre creó la escritura con el proceso de
aprendizaje de cada persona. En Argentina se empezó a aplicar en los años ’80 y
tenemos cada vez más analfabetos funcionales.
Para orientarse
frente a los métodos de enseñanza elemental: leer y escribir,
números naturales, etc., es importante tener presentes algunas distinciones
importantes:
ü Hablar
una lengua, leer lo escrito en dicha lengua y escribir son procesos diferentes.
ü La
génesis histórica de una lengua no coincide con el aprendizaje de la misma por
parte del nativo, ni tampoco del que la toma de segunda lengua. Los individuos no reproducimos la evolución
de la humanidad. Los que esto afirman, parten de una postura evolucionista,
que deberían demostrar.
ü Tanto
el español como el inglés son idiomas
alfabéticos, no ideográficos: los signos utilizados representan sonidos, no
cosas. Por eso no conviene exagerar con los diccionarios de figuras. Eso es
bueno para aprender a hablar una segunda lengua, no para escribir la lengua
materna. Leer y escribir el español o el inglés supone decodificar un código
alfabético y aprender a usarlo significativamente. No es sólo un tema motriz,
ni se trata de asociar el “dibujo de una palabra” con el “dibujo de una cosa”. Se
trata de aprender un código, no palabras. El vocabulario que se adquiere en
este último caso es muy limitado. El que aprende el código alfabético se abre a
la riqueza del lenguaje.
ü El
hombre al conocer tiene en su mente una imagen sensorial y un concepto de las
cosas conocidas; mientras que la palabra imaginada, hablada y luego escrita,
resulta la expresión del concepto. Si lo
queremos esquematizar, diremos que primero está la cosa, por ejemplo, un perro,
luego la imagen de este perrito y el concepto de perro (que me permite ‘reconocer’
como perro a cualquier otro), y después la palabra ‘perro’, ‘dog’, ‘Hund’, etc.
Esta palabra hablada representa el concepto de perro, no al perro directamente.
ü El
niño, como ya dijimos, es un ser racional, y por tanto tiene conceptos
abstractos, como el de ‘mamá’, antes de hablar y, por supuesto, mucho antes de
escribir. Es por eso que pregunta ¿qué es?, o ¿cómo se llama?
ü Para
aprender a leer son importantes las
sílabas porque son las unidades que pronunciamos juntas. O sea, que usemos el
método que usemos, el niño leerá si puede reconocer las sílabas completas.
ü Respecto
a la letra: enseñar la cursiva. La cursiva está ligada a la captación de la
unidad de las palabras. Esto se pierde si se permite escribir solamente con
imprenta mayúscula. Además es una habilidad cultural que vale la pena conservar
aunque existan las computadoras (ordenadores).
ü La
ortografía: no esperar. Enseñar desde el principio que no todas las palabras se
escriben como suenan; que existen las tildes; que respetar la ortografía
permite rastrear el origen de la palabra, etc. Tener en cuenta que todo saber
(teórico o práctico) es un hábito y como tal se forma y cultiva con la
repetición.
En
general, no corregir ortografía es un mal que afecta la enseñanza del español,
ya que es un idioma que se presta a escribir como suena.
ü Con
respecto a los números, más allá de los juegos maravillosos que encontramos
para entusiasmar a los chicos, hay que enseñar que el sistema numérico es
posicional.
ü Aprovechar
la matemática para introducirlos en un hábito científico: la objetividad.
RECOMIENDO: CATURELLI, A., Filosofía cristiana de la educación,
UNC, Córdoba 1981.
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