lunes, 26 de enero de 2015

EL BOSQUE DEL DRAGÓN

LA PAZ. Nº 15 DE LA SERIE DE CLARÍN, CON FRANCISCO A MI LADO.

Cuento: "El bosque de la Paz"



Ayer recibimos este fascículo de unos visitantes amigos de Buenos Aires sorprendidos por lo pedestre de su lenguaje y presentación. Como ellos tienen hijos grandes, ya no están en estos temas, de manera que nos legaron el cuadernillo publicado por Clarín y Scholas Occurrentes – para quienes no lo saben: las escuelas internacionales promovidas por el actual pontífice.
        El panfleto (que forma parte de un proyecto de educación en valores) gira alrededor del cuento “El bosque de la paz” de Juan Salvo. Lo he googleado y me he encontrado con que el protagonista del Eternauta lleva dicho nombre, y es el único dato sobre el autor. ¿Será un pseudónimo? Quizás alguien pueda colaborar con algún otro dato sobre el autor.

    Pero vamos a lo que quería comentar. El cuento es previsiblemente aburrido como muchos de su estilo con brujas buenas y piratas honrados: recurre al mismo lenguaje vulgar que, se supone, gustará a los niños; hace desaparecer el verdadero conflicto que suele tener el héroe con el villano o con algún ser malvado, para que todo se resuelva en un falso final feliz: en realidad todos eran buenos, hasta los malos; elimina prolijamente todos los motivos tradicionales de los cuentos o invierte su significado. No tiene nada de aquello que atrajo a generaciones a escuchar y a leer cuentos de hadas. No hay un San Jorge, ni una doncella. Tampoco posee reminiscencias del milagro de San Francisco, el que amansó a un lobo.
Se trata de unos aldeanos asustados por un temible dragón, que clava sus garras en la tierra y echa fuego. La aldea busca apoyarse sucesivamente en tres personajes: un guerrero y  un armero, quienes abandonan su puesto; finalmente, acuden a un filósofo –curiosamente llamado Pedro-, quien descubre que el dragón era bueno, mientras que sus obras, en apariencia dañinas y peligrosas, eran en realidad fecundas. Cuando Pedro descubre que el Dragón habla y aprende sobre sus gustos, costumbres y funciones, vuelva a la aldea para convencerla de que el dragón es bueno y de que, juntos, pueden vivir en paz.
    Lo primero que salta a la vista es la chatura: ninguna visión sobrenatural del asunto, ni menos, la más mínima referencia a Dios.
     Además, no está claro por qué los aldeanos pueden confundirse tanto sobre las actividades del dragón. Todo lo que ellos ven y les parece malo, resulta bueno al final del cuento, a partir de la mera explicación del temible animal. No hay ninguna realidad objetiva que los atemorizados aldeanos puedan reconocer como buena obra del dragón. Está el bosque con sus frutos, pero es la antigua fiera la que reconduce su actividad temible a la fecundidad del bosque. ¿La fecundidad de la tierra es obra del Dragón?
      Ahora bien, la cuestión central es que, dentro de la cultura occidental, cristiana y bíblica, el dragón es una figura del demonio o de un mal sobrehumano. Que en algunas partes del Oriente los dragones sean figuras benévolas no aporta nada a un cuento occidental. Entonces, no puede dejar de sorprender que Pedro sea el que hable con el Dragón para descubrir que es bueno en el fondo.
    Uno podría pensar que en el cuento se rescata el valor del diálogo o de la racionalidad frente a las respuestas violentas; sin embargo, hay una desigualdad entre los antagonistas: de un lado, los hombres; del otro, el Dragón. "Hablando, se entiende la gente"… con las otras gentes; no con los dragones. Esto se ve reforzado por la necesidad de recurrir a un mediador. Mediador entre el Dragón y los hombres…
También es posible imaginar a Pedro como un nuevo Sócrates que fue a la caverna para visitar al Dragón y ser ilustrado por él mismo. Acá el filósofo vuelve a la aldea y nadie lo mata, todos lo obedecen y le creen, del mismo modo que él le creyó al Dragón. Hasta se pueden detectar rasgos iluministas: el pueblo irracional teme a lo desconocido porque vive en medio de sus costumbres tradicionales. El filósofo, más parecido a Kant que a Platón, lo saca de su “culpable ignorancia”. Pero, en definitiva, todo se resume en deponer las armas frente al archiconocido enemigo, el Dragón.
Confiamos en que de tan aburrido no haga daño.