martes, 31 de agosto de 2010

LA FAMILIA EN LA EDUCACION

por Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

"Los padres no pueden abdicar el derecho y el deber que tienen de ser los primeros responsables de la educación de sus hijos... La familia es la primera encargada de la educación de los hijos ... Tengan en cuenta que se trata de la libertad fundamental, que no se puede renunciar.
El Papa Benedicto XVI dice que la libertad de los padres respecto de la educación de sus hijos para que sean formados de acuerdo a sus propias convicciones es un dato irrenunciable. Es uno de esos principios a los cuales no se puede renunciar. La Iglesia siempre ha defendido esto y lo seguirá defendiendo y está dispuesta, entonces, a asistir a los padres de familia para que puedan prepararse ellos mismos a ejercer con responsabilidad este papel imprescindible."


Cuando se piensa en educación, se habla o se discute sobre este tema, se suele soslayar el papel de la familia.

La atención va dirigida al sistema educativo, a la escuela, y se piensa entonces en su funcionamiento, en sus exigencias, en sus defectos; sin embargo, si hablamos de educación, y no simplemente de instrucción, el papel de la familia es fundamental.

Por empezar: hay todo un tramo de la vida del niño que queda a responsabilidad de la familia en cuanto a la educación en los saberes y valores elementales, en su primer contacto con el mundo, en su primer ensayo de curso por la vida, antes de que vaya al colegio.

Algo análogo podríamos decir acerca de la educación religiosa, de la formación religiosa: antes que el niño o la niña entren en el sistema catequístico para completar la iniciación cristiana, si son bautizados han tenido que recibir apoyo y alimento de su fe, que es un don de la gracia, para que se vaya haciendo consciente y personal. Es en el hogar donde el niño debe aprender a rezar.

Con mayor razón, podríamos decir, cuando un niño o una niña inician el ciclo lectivo en una escuela, sobre todo en los primeros años, se requiere la atención, el acompañamiento, el compromiso permanente de la familia, la afectuosa vigilancia de la mamá o del papá. Es fundamental el acompañamiento del proceso educativo por parte de los padres.

Hoy día se puede registrar un defecto, una falla, en este punto. Suele haber padres abandónicos. No sé si se debe decir padres abandónicos o hijos abandónicos. Pero, en fin, de abandono se trata. Los chicos son depositados en la puerta de la escuela y los padres se desentienden de ellos. Sigamos con la analogía. Pasa lo mismo en la parroquia o en el colegio católico. En este campo hay un defecto a enmendar.

Por supuesto que la atención de los padres sobre el proceso educativo de sus hijos tiene que ir variando progresivamente a medida que crecen. En realidad todo camino educativo se convierte, en definitiva, en un camino de autoeducación, a medida que va despuntando la libertad del chico, que tiene que participar de un modo mucho más consciente, más personal, más activo. No es simplemente un sujeto paciente de la educación; tiene que ser siempre un protagonista y ese protagonismo va creciendo con los años.

Pero el papel de la familia no se puede soslayar nunca, y aquí hay algo que en la cultura actual –y no solamente en la Argentina, sino que pasa en muchos países del mundo- es necesario volver a atender con mucha diligencia porque sin el papel de la familia no hay educación plena.

Hay algunos ámbitos en los que esta presencia familiar, la presencia de los padres, es mucho más importante. Es absolutamente imprescindible. Pienso, por ejemplo, en nuevas asignaturas que han entrado en la currícula oficial, como Construcción de Ciudadanía o Educación Sexual. En estos temas, cuyos contenidos han sido formulados de una manera que no respeta siempre la convicción moral, religiosa, filosófica de las familias, hace falta una especial atención y cercanía de los padres.

Sobre todo pensemos en la escuela de gestión estatal, donde los chicos son instruidos en estas materias sin que sus padres sepan qué se les enseña. Esto no es posible. Los padres no pueden abdicar el derecho y el deber que tienen de ser los primeros responsables de la educación de sus hijos.

Aquí se ha producido en la opinión general una especie de corrimiento de responsabilidades. El papel del Estado es siempre subsidiario y sin embargo aquí pareciera que la subsidiariedad ha caído al revés y lo subsidiario es el papel de la familia. No es así. La familia es la primera encargada de la educación de los hijos y en estos casos, como he dicho, en temas en los cuales se juega la formación de la inteligencia, de la voluntad, la plasmación de una manera de ver el mundo, es imprescindible que los padres hagan valer su derecho y ejerciten su deber. Tengan en cuenta que se trata de la libertad fundamental, que no se puede renunciar.

El Papa Benedicto XVI dice que la libertad de los padres respecto de la educación de sus hijos para que sean formados de acuerdo a sus propias convicciones es un dato irrenunciable. Es uno de esos principios a los cuales no se puede renunciar. La Iglesia siempre ha defendido esto y lo seguirá defendiendo y está dispuesta, entonces, a asistir a los padres de familia para que puedan prepararse ellos mismos a ejercer con responsabilidad este papel imprescindible.


Alocución televisiva de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata en el programa “Claves para un mundo mejor” (28 de agosto de 2010)


sábado, 14 de agosto de 2010

UNA ESPERANZA

Poema de JUAN LUIS GALLARDO

Criatura que nacerás en nuestro suelo argentino
desde ya le pido a Dios que vele por tu destino.

Que cuentes con un hogar que te reciba al nacer
formado por el amor de un varón y una mujer.

Por el amor conyugar, por el dulce amor fecundo
que es el ámbito mejor para ingresar a este mundo.

Le pido a Dios por tu suerte, criatura que va a llegar,
le pido por el entorno que tu cuna ha de rodear.

Que encuentres esa ternura que solo brinda una madre
y la sobria fortaleza que caracteriza a un padre.

Mezcla de índoles diversas, inherentes a los sexos,
con sus rasgos principales y sus destellos conexos.

Tu madre conformará con bondad tu corazón
y tu padre fijará los rumbos de tu razón.

De tu madre aprenderás los secretos del amor
y de tu padre las reglas del respeto y del honor,

Por ella conocerás los horrores de la guerra
mas por él vas a saber que has de defender tu tierra.

Padre y madre te darán, por su acción complementaria
para transitar tu vida tu formación necesaria.

Tu madre te llevará por primera vez al templo
y en tu padre encontrarás la docencia del ejemplo.

Bendita diversidad, armónica y concordante,
que te han querido quitar, llevándote por delante.

Que te han querido quitar sin siquiera consultarte,
criatura, que en este intento no has tenido ni arte ni parte.

Te quieren arrebatar el derecho de tener
a un hombre que sea tu padre, como madre a una mujer

Conforme está establecido en el orden natural
y conforme a lo admitido desde tiempo inmemorial

Pidamos al cielo, entonces,
pidamos por tu ventura, criatura que va a venir.

Criatura que nacerás en nuestro suelo argentino
desde ya le pido a Dios que vele por tu destino.

jueves, 12 de agosto de 2010

SOBRE LA HUIDA

En el Wanderer publicaron hace unos días sobre la posibilidad de huir ante las leyes inicuas y probables persecuciones que se preparan en Argentina:

Para ver lo que se viene entrar en http://www.notivida.org/ NOTIVIDA, Año X, Nº 728, 12 de agosto de 2010

"MEDIA SANCIÓN PARA LA MODIFICACIÓN DE LA ANTIDISCRIMINATORIA.
La cámara baja aprobó ayer por unanimidad la modificación de la ley antidiscriminatoria que incorporaría la no discriminación por “género, identidad de género o su expresión y orientación sexual". De convertirse en ley los que defienden el orden natural serían pasibles de sanciones. Con esta ley mordaza “la dictadura del relativismo” va cerrando el círculo: claudicación o persecución...."



viernes, 6 de agosto de 2010

Los reciente lances legislativos dejan al desnudo la patética descristianización de la Argentina


PREDICAR A CRISTO
Homilía de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en la celebración del Día del Ex Alumno en el Seminario Arquidiocesano (4 de agosto de 2010)

"Los reciente lances legislativos, y los que vendrán -según está programado por los que se proponen afianzar la dictadura global del relativismo-, dejan al desnudo la patética descristianización de la Argentina, y sobre todo el vacío intelectual y moral de sus dirigencias. La falta de fe de tanta gente bautizada, la profundidad de su ignorancia religiosa y su indiferencia ante el misterio de la salvación, explican que esa gente no pueda percibir el orden natural de la creación y su reflejo en la conciencia; se le escapa, se le oculta la verdadera humanidad del hombre, de la que únicamente resta una caricatura en la religión secular de los derechos humanos. Es una especie de paganismo postcristiano, practicado fervorosamente por gente que se dice cristiana."


"A mí no me cuesta nada escribir las mismas cosas, y para ustedes es una seguridad (Fil. 3, 1). Así encabezaba San Pablo una ardiente exhortación a la comunidad de Filipos, a la que estaba ligado con vínculos de un singular afecto. Me apropio de estas palabras del Apóstol y las aplico a la circunstancia de una nueva celebración del Día del Ex Alumno en nuestro Seminario. Cada año nos congregamos en la fiesta del Santo Cura de Ars para dar gracias a Dios por nuestro sacerdocio y para felicitar especialmente a quienes cumplen 25, 50 o más años de ejercicio fiel del ministerio. Es lógico que nuestra gratitud y nuestro gozo se apoyen en la contemplación de lo que somos, en la común afirmación de nuestro ser sacerdotal, sobre todo recordando la figura ejemplar de San Juan María Vianney. A mí no me cuesta nada decir, todos los años, aproximadamente las mismas cosas, que se refieren siempre a nuestra identidad; no es enojoso volver sobre ellas y ese retorno frecuente del espíritu a lo esencial confirma nuestra certeza, nos inspira confianza, nos asegura para no vacilar. San Pablo, en su carta, estaba invitando a los filipenses a alegrarse en el Señor. Nosotros, al hacer memoria de nuestra condición, del sacerdocio de Cristo hecho carne en nuestra realidad personal, no podemos sino dejarnos invadir por la serena alegría que viene del Señor.

Como sabemos, se trata de una realidad del orden de la fe. Benedicto XVI lo ha recordado repetidamente durante el Año Sacerdotal, período en el cual ha brindado un continuo apoyo a los sacerdotes, que son presencias preciosas en la vida de los hombres. Todo pastor –ha dicho– es el medio a través del cual Cristo mismo ama a los hombres: mediante nuestro ministerio, a través de nosotros, el Señor llega a las almas, las instruye, las custodia, las guía. Esta situación en la que hemos sido colocados, para la cual hemos sido llamados y consagrados, conlleva la exigencia de permanecer anclados, enraizados en el orden de la fe, fuera del cual no podemos siquiera comprender cabalmente lo que somos. Más aún, sólo viviendo en la fe y de la fe nuestra acción, el cumplimiento de nuestras funciones, del munus que nos ha sido encomendado, será veraz y eficazmente sacerdotal. Somos y debemos ser hombres de fe, los hombres de la fe, y en cuanto tales destinados a vivir en una vecindad creciente con el misterio de Dios, que es un fuego devorador (Hebr. 12, 29). Ese centro incandescente constituye el alma de nuestro ministerio; de allí surge la inspiración que hace de la palabra sacerdotal la actualización de la Palabra divina y el fervor por el cual en la Eucaristía cotidiana nos inmolamos con Cristo; es ésa la fuente de la caridad pastoral en la que puede reflejarse la misericordiosa ternura de nuestro Dios (Lc. 1, 78). El centro incandescente se verifica en la comunión con Jesús. Como ha dicho recientemente el Papa, se trata de un “permanecer con él” que debe acompañar siempre el ejercicio del ministerio sacerdotal; debe ser su parte central, también y sobre todo en los momentos difíciles, cuando parece que las “cosas que hay que hacer” deben tener la prioridad. Donde estemos, en cualquier cosa que hagamos, debemos “permanecer siempre con él”. El activismo es un equívoco clerical bastante frecuente, y también a menudo infructuoso, tan dañino para la obra de la evangelización como podría serlo la falta de contracción al trabajo, la inacción y una pérdida de tiempo –llamémosla así– que no se consume precisamente en la oración contemplativa sino en ocupaciones privadas, pequeños gustos o manías personales. El término medio virtuoso supera ambos extremos por elevación, es la cima de una existencia unificada por la fe viva. Es un desliz común hoy día preocuparse por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, sin interrogarse sobre la verdad y la credibilidad de la misma fe, que se da ligeramente por supuesta. Los hombres de la fe estamos en la tierra para predicar la fe, cuyo centro es la muerte y resurrección de Cristo, para esclarecer sus fundamentos y hacer descubrir su armoniosa belleza; nuestra misión, que es una misión profética, consiste en propagar la alegría de la fe.

En el Evangelio que hemos escuchado (Mt. 9, 35 – 10, 1) se manifiesta la compasión del Redentor que enseña y sana, que orienta a las muchedumbres desconcertadas que no tienen norte ni guía. En la primera lectura (Ez. 3, 16-21) se ubica al profeta en la arriesgada posición del centinela; su función es advertir: al justo, para que no tropiece y se aparte del bien, al malvado para que se convierta de su conducta descarriada. Dos acentos complementarios que ilustran la figura del pastor: el pasaje del Antiguo Testamento destaca la delicada responsabilidad de quien debe aconsejar, prevenir, amonestar, avisar de parte de Dios; en la Nueva Alianza brilla más bien la bondadosa inclinación del Corazón de Cristo. La liturgia de este día sugiere referir ambos textos al Santo Cura de Ars y a su sensibilidad pastoral en la que, no sin un trabajoso progreso, se articularon de manera excelente la seriedad y la misericordia.

Pero me gustaría recomendar ahora otro modelo del arte pastoral que es la famosa Regla de San Gregorio Magno. La tercera parte de esta obra, que ocupa dos tercios del total, describe el ministerio del pastor como un ejercicio de la exhortación. Sorprende gratamente al lector actual la sutil penetración psicológica que se aplica a la caracterización de treinta y seis figuras distintas, que constituyen setenta y dos casos pastorales, ya que cada modelo de discurso es binario, pues enfoca dos tipos humanos opuestos entre sí. Se consigna una larga serie de situaciones espirituales, cada una de las cuales requiere una forma propia de amonestación. El principio que asienta Gregorio implica consideración y respeto por la dignidad de la persona, discreción de juicio y magnanimidad: cualquier maestro –dice– a fin de edificar a todos en una misma virtud de caridad, debe tocar los corazones de los oyentes con la misma doctrina, pero no con la misma y única exhortación. Según este criterio, es distinta la exhortación que se ha de dirigir a pobres y a ricos, a tristes y a alegres, a sabios y a incultos, a los fieles seglares y al clero, a los humildes y a los orgullosos, y así continúa distinguiendo según la condición natural o sociológica, el carácter, las relaciones con el prójimo, las vocaciones específicas, las diversidades pasionales, de virtud o de salud espiritual. Llama la atención la actualidad de un planteo pastoral que tiene más de mil cuatrocientos años; su valor perenne reside en la concepción teológica que la sustenta: la Regla gregoriana se refiere a la figura modélica de Cristo, el Buen Pastor y fue recibida como un código de santidad sacerdotal que representaba para el clero secular lo que era para los monjes la Regla de San Benito. También nosotros podemos aprender de ella.

He citado este monumento de la patrística pensando en las dificultades que debe afrontar hoy la predicación cristiana. Más aún, porque me parece que es preciso subrayar actualmente la necesidad de la predicación y de una predicación integral del misterio de la fe, no sólo en orden a la salvación eterna, sino también para rescatar la auténtica humanidad del hombre. Según la tradición católica el hombre no puede observar de forma permanente todos los preceptos de la ley natural sin la ayuda de la gracia; es decir que el contacto redentor con Jesucristo constituye el único medio posible para la plena realización de la existencia humana. Desde los orígenes, la predicación cristiana anunció el mensaje de Cristo como respuesta a las esperanzas de los hombres; ponía así de relieve el valor humano de la gracia, que el Señor ofrece como liberación del pecado y del consiguiente menoscabo de aquella plenitud a la que estamos llamados según el plan de Dios. El mismo razonamiento puede aplicarse a las posibilidades cognoscitivas del hombre. El entendimiento humano posee la capacidad de conocer cada una de las verdades religiosas y morales necesarias para vivir según las exigencias de su naturaleza, pero no puede conocer todas esas verdades sin la ayuda de la gracia. Necesita que la revelación le muestre la economía sobrenatural por la que Dios ha decidido conducir al hombre a su fin; tampoco puede, dadas las condiciones actuales, descubrir sin la luz de la fe el auténtico ideal moral de su vida. El influjo que la afectividad, desordenada por el pecado, ejerce sobre el entendimiento ofusca la capacidad natural de la razón; sin la fe, sin la gracia de la redención, el hombre no alcanza su plena humanidad. Podemos aplicar a esta situación histórica lo que Ignacio de Antioquia decía de sí atisbando, a través de su próximo martirio, la meta de la eternidad: cuando haya llegado allá, seré hombre. Cuando llega a Cristo, cuando entra en contacto con su verdad y su gracia, el hombre es verdaderamente ánthropos. Análogo sentido tiene la conocida afirmación de la constitución Gaudium et spes: en realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación (GS 22).

Es preciso, pues, anunciar siempre e incansablemente a Cristo, la integridad de la fe católica y su proyección axiológica en la cultura humana como expresión del carácter sanante del don de la gracia. Hace poco señalaba Benedicto XVI: la fe corre el riesgo de extinguirse como una llama que no encuentra más alimento. El alimento de la fe se encuentra en una buena teología, que sea genuina inteligencia del misterio y no cuestionamiento problematicista o disección de los datos bíblicos e históricos; en un sustancioso catecismo dispensado a los fieles, niños, jóvenes y adultos, según corresponda, no en un centón de vaguedades sentimentales o de consignas sociológicas; en una recia espiritualidad que conduzca a la contemplación y no en pseudomística quietista o en prospecciones psicologistas de autoayuda. Algo más hace falta, descuidado desde hace décadas: una nueva apologética, para poner de manifiesto la credibilidad de la fe a través de una rigurosa investigación, que asuma los datos seguros de las ciencias de la naturaleza y del hombre y se apoye en una sana metafísica.

Los reciente lances legislativos, y los que vendrán -según está programado por los que se proponen afianzar la dictadura global del relativismo-, dejan al desnudo la patética descristianización de la Argentina, y sobre todo el vacío intelectual y moral de sus dirigencias. La falta de fe de tanta gente bautizada, la profundidad de su ignorancia religiosa y su indiferencia ante el misterio de la salvación, explican que esa gente no pueda percibir el orden natural de la creación y su reflejo en la conciencia; se le escapa, se le oculta la verdadera humanidad del hombre, de la que únicamente resta una caricatura en la religión secular de los derechos humanos. Es una especie de paganismo postcristiano, practicado fervorosamente por gente que se dice cristiana.

La laboriosa tarea de remontar este escollo es una misión específicamente sacerdotal, confiada a la ciencia, el amor y la palabra del sacerdote. El sacerdote le debe la verdad y la gracia de Cristo al diputado y al cartonero, al funcionario corrupto y al hombre y la mujer honrados que trabajan y sufren con paciencia y esperanza; a los niños y adolescentes de nuestros colegios y de los estatales; a los nuevos ricos y a los presidiarios; al argentino medio y común que carga con defectos y virtudes ancestrales de nuestro pueblo; a una lista de binarios que puede emular a la de San Gregorio. Se las debe, en primerísimo lugar, a los fieles de su propia parroquia, capilla o capellanía, a los más cercanos y a los reacios; a la buena gente que queda en nuestros barrios y que aunque no se dé plena cuenta de ello espera su plenitud en Cristo.

No es trabajo menor. Requiere empeñar estudio, oración, penitencia, un gran amor comprensivo y paciente, y quizá el testimonio de un martirio moral: la incomprensión, la indiferencia, el repudio y la marginación. Pero a todo eso nos comprometimos y nos expusimos de antemano cuando abrazamos la gloria y la cruz del sacerdocio, y si somos fieles –lo sabemos muy bien- no seremos defraudados en nuestra esperanza."